- Al RÃo Blanco con el escuadrón
A menudo, cuando ya tenemos el wader con más de dos pinchaduras y un bagaje mÃnimamente variado de conocimientos sobre pesca con mosca, suele suceder que encarar un rÃo conocido deja de ser una sorpresa. No es que pierda su atractivo -para nada-, pero sabemos a qué atenernos, qué dificultades nos puede deparar y cuáles son los recursos técnicos para enfrentarlas.
Como guÃa de pesca, el desafÃo se renueva con cada nuevo aficionado que me contrata. Siempre está presente una presión involuntaria que uno mismo genera y que tiene que ver con «cumplir con las expectativas». Cuando esos clientes son las personas más importantes del mundo (mi mundo), la salida de pesca se transforma en una mezcla enorme de sensaciones en las que por suerte y por lejos, gana el disfrute. Ojo!, la presión también aumenta, y de los dos lados.
Creo que nunca siento más compromiso y ansiedad que cuando llevo a pescar a mis hijos. Tampoco suele pasarme en otras situaciones, que mis propias posibilidades de pesca me importen exactamente «cero».
Para aquellos que me han premiado con su compañÃa pescando conmigo, resultarÃa desconocido ver a este sujeto (o sea, yo) durante horas sin mojar su mosca, entregando los mejores pools, uno tras otro, y brindando con fluidez los secretos más recónditos de su experiencia. Saben que no soy taaaaan asÃ, hay que tener ganas de «seguirme el tranco» y lo admito.

MartÃn y Julián con una de las capturas
MartÃn y Julián ya habÃan pescado dientudos con mosca, también habÃan mojado antes sus lÃneas en rÃos con escasas condiciones para la pesca. Se acercaba el cierre de temporada (y del buen clima) y era prioritario para mà que en su próxima salida de pesca, los chicos tuvieran una trucha silvestre en la mano.
Es asà que armamos el viaje al Blanco con Quique Morales, Patricio y Remo Meglioli y los varones de cada uno. A último momento el chico mayor de Pato se afiebró, asà que totalizaron seis purretes.
Miento. Ignacio, el hijo de Quique Morales, también habÃa andado a las toses y mocos la noche anterior, pero en una reacción que conozco de hace mucho -provocada por el aire libre y la cordillera-, a la sola vista del rÃo, al petiso se le fueron todas las pestes. Creer o reventar.

En esta temporada el Blanco con poca agua facilita el vadeo
La cordillera nos recibió con un abominable ventarrón del sur, pero eso no nos iba arredrar.Les dà una pequeña charla sobre entomologÃa básica y qué tenÃa eso que ver con pescar «a la ninfa», sin duda la modalidad más rendidora en este ambiente. Después, cada progenitor agarró con sus crÃos para un lugar distinto.
El rÃo estaba durÃsimo. No se veÃan truchas como es habitual, y en toda la mañana con mucho esfuerzo contabilizamos un par de piezas por grupo. El cambio de presión era evidente y afectaba seriamente al comportamiento de los peces. Tan asà fue, que a eso de las dos de la tarde, paró el sur y quince minutos después arrancó un zonda furibundo.
Decidimos que era un buen momento para buscar comodidad y alimento. Acampamos en el puesto de Las Amarillas, donde un bosque de acacias nos protegÃa bastante del ventarrón.

MartÃn con una pequeña arcoiris
Los menores asemejaban una manga de langostas, rompieron con todo cálculo previsible sobre el kilaje de carne que podÃan llegar a consumir. Las costeletas a la parrilla desaparecieron sin rastro. Cuando los maduritos nos acomodamos en la reposera, los pibes desaparecieron rumbo al cerro. No le miento si les digo que no se los sintió en toda la tarde. Pocas veces los he visto tan entretenidos. Ni una disputa, ni palabrotas, nada; todo era jugar. Regresaron al atardecer con más tierra que Benetton.
Patricio y yo nos arrimamos al rÃo un rato, a pesar del ventarrón algunas capturas se dieron, pero lo realmente imperdible fueron el espectáculo de un atardecer pocas veces visto -pasó a formar parte de mi colección de fotos de crepúsculos-, y un pato de torrente que iba y venÃa alrededor de una enorme roca en medio de la corriente.
A la hora de cenar, Pato se lució con unos sencillos tallarines con oliva y pimienta negra. Después de eso, cayeron como meteoritos en las bolsacamas, en tanto los mayores nos dedicábamos prolijamente a la eliminación de un whisky aportado por Quique.
A eso de las cuatro de la mañana, el viento se detuvo.

La técnica usada fue ninfa
Desayuno y al agua, el rÃo del domingo era uno totalmente distinto al del sábado.Iniciamos el dÃa de pesca un par de kilómetros antes de la trepada a El Molle, con mis dos «clientes» todavÃa con los platinos pegados. Como para avivarles la llama, les mostré que el agua tenÃa truchas, y muchas. A partir de ese momento me dediqué exclusivamente a colocarlos en los «hots spots» que nos brindaba el rÃo e indicarles la posición de los peces. La performance mejoró en grado sumo y tanto MartÃn como Julián perdieron la cuenta de las capturas.
En una corredera nos topamos con un trÃo de pescadores acampados y lombriceando. Si bien no los và capturar nada (la pesca de salmónidos es una actividad dinámica, y «plantados» en un lugar difÃcilmente brinde frutos), era claro que se habÃan ubicado en un punto donde no los pudieran divisar los inspectores de Medio Ambiente. Los chicos -que no comen vidrio- inmediatamente se dieron cuenta que los sujetos no andaban en nada claro y me lo hicieron saber: «Papá, ¿no era que acá no se puede usar carnada? esos señores están pescando fuera del reglamento»… qué podÃamos hacer? solamente denunciarlos a la primera oportunidad que se me presentara. Que uno no va al rÃo a pelear, pero tampoco a tener que tragarse esos sapos. Me contento con que los niños la tengan clara y sepan que esos individuos están fuera de la ley, pasando por sobre los derechos de los demás pescadores.

Un clásico atardecer del Blanco con la cordillera de fondo
Si bien MartÃn llevaba la delantera en las capturas -como si esa mañana hubiera descubierto la llave del rÃo-, mientras yo los observaba desde la barranca Julián logró ubicar un lance «pintado». ¡Qué pescado le subió!! Ya hubiera yo querido pinchar ese animal… Era una de esas arcoÃris «de las de antes», más de cincuenta centÃmetros seguramente, y una velocidad de misil. Metió una corrida hacia arriba y se devolvió en un segundo. En su inexperiencia, Juli quiso frenarle la carrera y el pescado le cortó al primer cabezazo. Otra lección más para mi retoño: no apurarse a querer ver el pez. Pero asÃ, sin amarguras, sin enojos, la trucha ganó en buena ley y -de todas maneras- iba a volver al rÃo.
Asà le dimos «palo y palo» hasta pasadas las dos de la tarde, en que con mucho esfuerzo y pena, logré sacarlos del agua. Claro, con el pique que habÃa…¿quién querÃa irse?

Julián con una de las tantas capturas
Quique e Ignacio nos recogieron en la huella y comentando resultados, el Blanco se habÃa mostrado generoso con todos. Buen motivo para volver la próxima temporada.
El balance implÃcito era tan satisfactorio que se traslucÃa en el humor de todos los papás que tuvimos la fortuna de estar ahÃ: tenÃamos frente nuestro a seis incipientes pescadores cabales, serios en su responsabilidad de cuidar el rÃo y divertidos asumiendo la pesca como un entretenimiento, jamás una competencia. Pibes que ojalá y para siempre, van a tener sus mentecitas ocupadas por paisajes y aventuras reales; con tierra, hierbas, montañas y agua de verdad; con las ganas de volver; con una lÃnea de mosca volando en su cabeza; con el sonido del rÃo metido en su memoria auditiva. Todas, saludables adicciones.
Tras un asado abundante en Las Amarillas, que se hizo en el horno de barro mientras desarmábamos la parafernalia campamentera, emprendimos el regreso comentando lo de siempre: qué buenos rÃos tenemos y cuánto mejor serÃa su calidad pesqueril si todos los pescadores cumpliéramos el reglamento a conciencia, convencidos del beneficio que nos reporta.
Nota y Fotos: Fernando Belert
Categorias
Etiquetas:
4 Comentarios para Al RÃo Blanco con el escuadrón